Una noche cualquiera, estrenando el fin de semana y tu barrio se convierte en un infierno.
Las noticias, esas que hacen cortar la emisión del programa de la tele,
suman muertes hasta la masacre.
Y sólo puedes pensar que estamos en
guerra. Ahora sí tenemos la sensación (¿Cuánto durará?) de estar en guerra, ahora que nos matan a nosotros. Pero la guerra siempre está ahí, en esa zona del mundo al que el maldito trío de las Azores empapó de gasolina y de la que obtuvo grandes beneficios para ellos mismos.
Mientras veo imágenes estremecedoras pienso que no hay religión ni creencia que sustente esas
monstruosidades, que no hay educación posible si quienes matan son universitarios. No es cuestión de educación, no, es cuestión de
valores.
¿Cómo entender que para que ellos vayan al paraíso cientos y
miles de personas deben morir?
Ahora en tu calle y en el bar donde
cenas estás viviendo lo que ellos sufren días tras día. El terror. Ese
del que huyen con lo puesto,con sus pocos ahorros buscando en Europa un lugar
donde simplemente vivir y refugiarse.
El terror busca eso, el miedo irracional, el no saber dónde ni cuando pueden atacar. Esa pegajosa sensación de que no estamos a salvo en ningún lugar. Ni en el mercado, en el estadio de fútbol, en el bar de la esquina mientras cenas ni esperando el autobús. Los Gobiernos declaran el estado de excepción y prohiben reuniones y aglomeraciones, las calles se vacían y todos sentimos asco, dolor y miedo. La gente en París huía, corría despavorida de los disparos, pero al final de la calle encontraban puertas abiertas y no cuchillas y muros.
Y miro más allá de nuestras vidas. La masacre tiene la capacidad, lamentablemente temporal, de que seamos conscientes de las personas que viven así, allí. Sentimos cierta empatía vergonzosa y momentánea con la población siria, la libanesa, la afgana, la pakistaní que conviven con la inmediatez y la provisionalidad que da vivir en un estado constante de terror y barbarie. Así viven ellos, de eso huyen cuando vienen aquí. Escapan de la sumisión, de la tiranía, de la muerte más que segura y del terror. ¿Y qué encuentran? Concertinas, puertas cerradas, campos de refugiados, kilómetros y kilómetros de marcha a ninguna parte, gobiernos ciegos y sordos y una Europa egoísta e insolidaria.
Pero para nosotros, europeos
de bien, estos atentados nos enrocan contra ellos, y los vemos a todos
como enemigos y terroristas potenciales.
Y mientras París, solidaria.
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